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El día de la mujer en Bulambuli

Hoy es 8 de marzo en la región de Bulambuli, en Uganda. La inequidad y la injusticia que sufren las mujeres en todo el mundo se viste con una gruesa capa de normalidad en este valle del este de África. Apelando a la tradición cultural, se justifica que a la mayoría de estas granjeras les toque vivir la vida que sus maridos escojan para ellas.

Porque él es el que manda sin discusión. Él decide en qué se gasta el dinero, qué se planta en el huerto, a qué colegio van los hijos, a quién se vota o si se va o no al médico. En palabras de una de las trabajadoras ugandesas de la organización: «Si le dices a tu marido que no quieres tener relaciones sexuales, puede pensar que le eres infiel y hasta golpearte. Por eso es mejor no negarse». Así pues, lo establecido es contentarle, plegarse a sus deseos, tener el número de hijos que él decida. «A los hombres aquí no les gustan los métodos de planificación familiar porque pueden darte la libertad de tener sexo con otros. Es otra forma de ser esclava».

Y es que aquí la poligamia está permitida, pero solo para los hombres. Si una tiene la mala suerte de que al hombre con el que le casaron a los dieciséis años se le ocurre desposarse con otra, solo tiene dos opciones: admitirle en su cama las noches que no le apetezca dormir con su nueva esposa o quedarse sola con sus hijos e hijas en el intento de sobrevivir.

Quizá no sea fácil entender, desde nuestra perspectiva occidental, la insurgencia que supone vender unos kilos de tomates en el mercado y regresar a casa con un dinero que no se ha pedido a nadie, que se ha ganado.

Community-woman-with-bike.-Bulambuli

Las mujeres en Bulambuli acarrean garrafas de veinte libros de agua.

He conocido en Bulambuli a mujeres de admirable resiliencia y capacidad de superación. También a unas pocas rebeldes, que prefieren vivir casi sin nada a casarse con el primero que las deja embarazadas, o que toman anticonceptivos a escondidas, y otras que hasta se separan y rehacen su vida sin importarles que las puedan criticar. Estas agricultoras fuertes se levantan con el sol para trabajar en el campo. Unas veces en sus pequeñas parcelas de tierra, otras como jornaleras. Acarrean garrafas de veinte litros de agua, recogen madera para cocinar y tienen la responsabilidad de alimentar y cuidar de toda la familia. Su vida es trabajar. Trabajan cuando están enfermas y cuando están embarazadas, sin descanso hasta el mismo momento del parto. No existe el ocio, ni los viajes, ni siquiera el tiempo libre. Si quieren visitar a alguna amiga o a un familiar, tienen que pedir permiso a sus maridos. Si necesitan comprar sal, azúcar, jabón o aceite para cocinar (en poco más se invierte si se es así de pobre), necesitan que ellos les den el dinero.

En los grupos de ahorro implementados por Communities for Development, he visto hombres que empiezan a despertar y a respetar la opinión de sus parejas, incluso realizando las labores domésticas que se les atribuyen generalmente a ellas. También he visto mujeres que abren los ojos a la importancia de tener algún ingreso económico propio.

Quizá no sea fácil entender, desde nuestra perspectiva occidental, la insurgencia que supone vender unos kilos de tomates en el mercado y regresar a casa con un dinero que no se ha pedido a nadie, que se ha ganado. La sedición ligada a enseñar a tus hijas las mismas cosas que a tus hijos y darles la misma oportunidad de ir al colegio. El motín de decirle a tu marido que no vuelva por casa, que se quede en el bar o con cualquiera de sus amantes para siempre.

Con estas hortelanas incansables, optimistas y luchadoras, compartimos en Communities for Develpment el #8M. Queda mucho por hacer, pero no pararemos hasta conseguir la igualdad en Bulambuli y en el resto del mundo.

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